Desarrolla tu inteligencia emocional

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Overview

El dominio de nuestra capacidad para percibir, comprender, usar y regular nuestras emociones y las de los demás, lo que conocemos como inteligencia emocional, es una cuestión de práctica que se consolida y potencia durante toda la vida.

El propósito de este libro es ayudar a las personas a desarrollar estas habilidades emocionales de una forma natural. Con este objetivo, se presentan una serie de ejercicios para cada habilidad emocional básica. Dichos ejercicios se han detallado casi a modo de recetario gastronómico a fin de facilitar su comprensión por parte del lector, pero intentando a la vez que sean lo más eficaces posibles.

En este sentido, los autores, como buenos cocineros, los han probado en diferentes cursos que imparten sobre inteligencia emocional, desechando en el camino aquellos que no han funcionado de forma adecuada.

El presente libro es así el resultado de años de formación práctica en inteligencia emocional a cientos de personas.


Product Details

ISBN-13: 9788499885186
Publisher: Editorial Kairos
Publication date: 10/01/2017
Sold by: Barnes & Noble
Format: eBook
Pages: 142
File size: 2 MB
Language: Spanish

About the Author

Natalia Ramos Díaz es psicóloga y especialista en desarrollo personal y emocional.

Profesora de psicología en la Universidad de Málaga, está dedicada en los últimos años, junto a su grupo de investigación, al estudio y aplicación de herramientas recientemente incorporadas al mundo académico, como la atención plena y su aplicación en el desarrollo emocional.

Colabora con numerosas revistas científicas, nacionales e internacionales.

Read an Excerpt

CHAPTER 1

LAS EMOCIONES

El objetivo de este capítulo es introducir al lector en el concepto de emoción, así como en las funciones que las mismas desempeñan en la vida cotidiana.

Allí estaba él como tantas otras veces trabajando en sus proyectos. Aprovechando su distracción me dediqué a observarlo. Parecía cansado, quizá triste. Sabía perfectamente lo que sentía por aquel hombre o más bien sentía sin poder decir con seguridad aquello que sentía. Nunca el sentimiento fue lo suficientemente intenso como para llegar a comunicárselo, mas nunca fue lo suficientemente débil como para poder olvidarlo.

Me sentía atraída por él; sin embargo, mis palabras, como un extranjero en su propio país, expresaban algo diferente. Al despedirme experimentaba una gran tristeza; siempre ocurría algo parecido. Deseaba volver a encontrarle, comunicarle mis verdaderos sentimientos. Mas nunca volví atrás, siempre existió una gran distancia entre los dos.

Y así son las emociones ...

En ocasiones su fuerza y certeza nos impulsan a actuar hacia una dirección determinada. Así, trabajas en algo que no te convence, no crees que sea de utilidad, te sientes triste y hastiado; finalmente decides abandonar. Las emociones en estos casos hacen su aparición de forma rotunda. Aunque intentes seguir con ese trabajo, ya sabes que lo detestas y tu propio estado de ánimo impide su ejecución. En estos casos razón y emoción parecen ir de la mano, no hay conflicto, la solución es sencilla.

Pero en otros momentos el mensaje emocional es más confuso, nuestros pensamientos creen saber algo que la emoción no parece secundar; en estas circunstancias, razón y emoción entablan una dura batalla y la solución parece no estar cerca.

Ella lo observaba ... Sentía sin poder decir con seguridad aquello que sentía ...

Si la protagonista de nuestra historia hubiese sabido con seguridad lo que sentía por aquel hombre, no hay duda de que hubiera actuado en consecuencia. Sin embargo, algo se lo impedía.

Quizá, la suma de muchas historias confusas, sobre todo muchas historias confusas cuyo final fue desgraciado, nos hizo aproximarnos a las emociones con cierto recelo.

Durante mucho tiempo se creyó que adentrarse en el universo emocional era acercarse a un mundo peligroso. Un mundo en el que o ejercemos el control o seremos controlados. La emoción pasa de este modo a transformarse en un animal salvaje con el que es importante luchar a fin de domesticarlo.

Sorprende ver cómo el trastorno obsesivo tiene precisamente por víctimas a individuos con un fuerte temor a sus emociones, personas deseosas de ejercer control sobre su medio para aliviar el malestar que les produce no tenerlo sobre su propio mundo emocional.

Desde otro punto de vista, sin embargo, las emociones son vistas de forma positiva. En su interior se halla información valiosa para el individuo, pero es necesario observarlas, dedicarles tiempo, comunicarlas y, si es posible, descubrir el misterio que encierran. Posiblemente lo que nunca fue adaptativo es la forma en la que muchos individuos hicieron frente a sus emociones. Interpretaciones poco adecuadas, acciones precipitadas que nos han mantenido durante mucho tiempo alejados de una valiosa sabiduría emocional.

En todo caso, las emociones tienen un efecto inmediato sobre el que las experimenta. Generan sensaciones en el individuo que bien pueden ser placenteras o desagradables. Constituyen un signo inequívoco de que seguimos vivos y en contacto con aquello que nos rodea. No es extraño que aquellas personas que experimentan un trauma en su vida pasen por períodos de embotamiento afectivo, momentos en los cuales parece que la emoción estuviera ausente, colapsada, atrapada. Circunstancias en las que el individuo también parece ausentarse temporalmente de su propia vida.

Y es precisamente en el propio corazón emocional, en este sentir atracción o rechazo por aquello que nos rodea, donde el ser humano encuentra la raíz de su motivación, el impulso para la acción. Acercarse hacia aquello que desea, alejarse de aquello que detesta e, incluso, adentrarse en su propio deseo a fin de saber algo más sobre su naturaleza.

Las emociones son reacciones complejas en las que se ven mezcladas tanto la mente como el cuerpo. La respuesta emocional de este modo incluye tres tipos de respuestas: un estado mental subjetivo (por ejemplo, me siento bien o mal), un impulso a actuar que puede expresarse o no de forma abierta (por ejemplo, aproximación, evitación, llanto), y cambios corporales o respuestas de tipo fisiológico (por ejemplo, sudoración, ritmo cardiaco) (Véase tabla 1).

Al margen de aspectos puramente descriptivos, es probable que el lector esté más interesado en conocer cuáles son las funciones de la emoción. Conocer el significado de la emoción en nuestro entorno social, saber si las mismas sirven a algún objetivo concreto y, en último término, si pueden ser modificadas para lograr determinadas metas.

En primer lugar, las emociones nos ayudan a transmitir cómo nos sentimos. Constituyen un medio no verbal y bastante efectivo de comunicación. Sirva de ejemplo cómo los niños, carentes de recursos verbales, a través de la expresión de sus estados emocionales comunican a sus padres de manera precisa sus necesidades.

Al mismo tiempo, la emoción es un mecanismo efectivo de regulación del comportamiento ajeno. Del mismo modo en que el lenguaje es un instrumento útil para lograr que otros individuos respondan a nuestras demandas, la emoción es un instrumento imprescindible para dicho fin. A pesar de ello, no siempre a través de las emociones logramos que otros individuos lleven a cabo las acciones que pretendemos. En ocasiones al expresar tristeza, lejos de encontrar apoyo, observamos sorprendidos cómo nuestros allegados parecen alejarse de nosotros. La razón de este hecho reside en que a veces la emoción constituye una amenaza para el receptor. Es más agradable estar cerca de aquellas personas cuyo estado de ánimo es positivo.

La emoción, sin duda, facilita la interacción social. Una de las pruebas más claras se produce a través de la sonrisa, que ha sido definida como un "imán social". Sin duda, cuando una persona nos sonríe nos invita a mantener contacto con ella. Pero una de las funciones más importantes de la emoción reside en su papel determinante a la hora de percibir nuestro entorno. En la actualidad parece claro que la realidad depende de la persona que la evalúa; cada individuo percibe el medio en función de sus propios intereses y conocimientos. Incluso un mismo individuo puede contemplar su entorno de manera distinta en días diferentes. Esto es curioso, porque, a pesar de que la realidad no experimenta grandes cambios de un día al siguiente, la misma persona puede sentirse muy esperanzada un día y al siguiente percibir que su vida es muy complicada. La explicación a este hecho obedece al estado de ánimo del individuo a la hora de analizar su entorno.

Siendo conscientes de la importancia de los estados emocionales en diversas facetas de nuestra vida, estaremos más cerca de comprender el porqué de este reciente interés por el mundo emocional y, más concretamente, por las posibilidades de utilizar las emociones en nuestro propio beneficio. Aquí es donde se encuentran unidos los dos conceptos a los que obedece el presente libro. Nos referimos al de "emoción" e "inteligencia". Conceptos que, fundidos, han dado lugar a la "inteligencia emocional".

Conocer nuestras emociones, así como el efecto que la comunicación de las mismas tiene en otros individuos, saber cómo determinan la forma en la cual percibimos nuestro entorno y, en suma, ser conscientes de que un adecuado conocimiento y manejo de ellas harán que mejore nuestra vida son razones más que suficientes para tratar de optimizar nuestras destrezas emocionales.

La empatía, pilar fundamental de las relaciones sociales

Uno de los elementos clave que quedan integrados en el marco de la Inteligencia Emocional lo constituye la capacidad de sentir las emociones que otros individuos están experimentando, así como comprender aquello que piensan respecto a su mundo.

Dado que nuestra naturaleza es social por definición, parece lógico prestar una atención especial a dicho aspecto de la inteligencia emocional. Cuando hablamos de sentir con otros individuos aquello que ellos mismos están sintiendo, no deberíamos entender que debe producirse una fusión total entre interlocutores. Si me siento frente a una persona que está atravesando una situación difícil en su vida, ser empático no significa sufrir tanto como la persona que tenemos en frente sino más bien experimentar un tono hedónico similar desde nuestra propia templanza emocional a fin de ayudar a esa persona a contemplar su propia emoción desde la distancia de un observador.

Esta habilidad compleja y sencilla al mismo tiempo forma parte de nuestro repertorio en el mismo momento de nuestro nacimiento. A un nivel muy básico, el llanto de un bebé suscita el llanto de otro bebé. Con el paso del tiempo, el niño es capaz de aproximarse a otros seres no en un sentido puramente instrumental para obtener aquello que desea, sino con la finalidad de compartir junto a otros su propio mundo emocional.

La empatía evoluciona desde sus rudimentos más elementales hasta niveles de alta complejidad. Existe un momento crucial en que los individuos nos vemos inclinados a aliviar el sufrimiento ajeno como forma de aliviar el sufrimiento que el malestar del otro suscita en nosotros. En estos casos nuestra identificación con los sentimientos de la otra persona no nos permite todavía la actuación como verdaderos observadores.

Cuando la empatía se caracteriza por la presencia de sentimientos de ternura, compasión y cercanía, alcanza su nivel óptimo, llegando a ser un fin en sí misma. En la distancia existente entre un grado y otro de empatía se halla la explicación de por qué ciertos individuos, aparentemente empáticos, parecen manifestar una peor salud mental.

Sin embargo, cuando el ser humano es capaz de dar el salto final y orientarse hacia una empatía en la que realmente se convierte en un observador, no enredándose en los sentimientos de su interlocutor, descubrimos a un ser humano con un nivel óptimo de salud mental que además manifiesta unas relaciones sociales satisfactorias. Es aquella persona con la que solemos sentirnos bien y cuya mirada traspasa la ilusión de nuestros afectos.

CHAPTER 2

LA INTELIGENCIA EMOCIONAL

El objetivo de este capítulo es definir qué es la inteligencia emocional, cuáles son las habilidades emocionales que la forman y para qué sirve.

Un escorpión, que deseaba atravesar el río, le dijo a una rana:

–Llévame a tu espalda.

–¿Que te lleve a mi espalda? –contestó la rana– ¡Ni pensarlo! Te conozco. Si te llevo a mi espalda me picarás y me matarás.

–No seas estúpida –le dijo entonces el escorpión– ¿No ves que si te pico te hundirás en el agua y que yo, como no sé nadar, también me ahogaré?

Los dos animales siguieron discutiendo hasta que la rana fue persuadida. Lo cargó sobre su resbaladiza espalda, donde él se agarró y empezaron la travesía.

Cuando estaban en medio del gran río, allí donde se crean los remolinos, de repente el escorpión picó a la rana. Ésta sintió que el veneno mortal se extendía por su cuerpo y, mientras se ahogaba, y con ella el escorpión, le gritó:

–¿Por qué lo has hecho? Es irracional ...

–No pude evitarlo –contestó el escorpión antes de desaparecer en las aguas– Es mi naturaleza.

El escorpión suicida es el retrato de alguno de nuestros compañeros de trabajo, de alguno de nuestros amigos, de nuestra pareja e, incluso, de nosotros mismos en algunas fatales ocasiones. Personas inteligentes y racionales con buenos propósitos iniciales que nos persuaden (cuando nos toca ser la ranita) de que esta vez van en serio, de que lo más lógico es cooperar con ellos y obtener todos un mutuo provecho. Pero al final no es posible, todo termina fatal y nos sentimos defraudados y engañados.

Si lo analizamos un poco más allá de nuestro narcisismo herido (bueno, en el caso de la rana fue algo más que su narcisismo) no se trata de un engaño, pues es un engaño ridículo, ya que termina también con la muerte del propio escorpión. Es un mecanismo más primitivo: el escorpión sabía racionalmente que no debía picar a la rana si quería cruzar el río y sobrevivir, pero una fuerza interior irresistible le impulsó a picar a la rana.

Este tipo de conflictos entre la razón y nuestros deseos se producen en nosotros muy a menudo y tienen terribles consecuencias. Ser capaz de conciliar esas dos fuerzas interiores con las que está dotado el ser humano no es fácil, y las personas que poseen esta habilidad se distinguen de las demás por ser más sanas tanto física como mentalmente y por estar mejor integradas en su ámbito social y profesional.

La psicología ha denominado recientemente a esta capacidad con el nombre de inteligencia emocional. Sin embargo, debido en parte a la confusión terminológica y a la proliferación de libros sin demasiado rigor científico que surgieron tras el best-seller de Daniel Goleman (en 1995), ni los investigadores ni los educadores han tenido claro qué es la inteligencia emocional.

Para nosotros unos de los referentes más serios en este campo es la teoría de la Inteligencia Emocional (IE) propuesta por Peter Salovey y John Mayer (Mayer y Salovey, 1997), porque aporta un nuevo marco conceptual para investigar la capacidad de adaptación social y emocional de las personas. Su modelo se centra en las habilidades emocionales que pueden ser desarrolladas por medio del aprendizaje y la experiencia cotidiana.

Desde esta teoría, la inteligencia emocional se define como:

La habilidad de las personas para percibir, usar, comprender y manejar las emociones.

Desde su modelo la IE implica cuatro grandes componentes:

Percepción y expresión emocional: reconocer de forma consciente nuestras emociones, identificar qué sentimos y ser capaces de darle una etiqueta verbal y una expresión emocional adecuada.

Facilitación emocional: capacidad para generar sentimientos que faciliten el pensamiento.

Comprensión emocional: integrar lo que sentimos dentro de nuestro pensamiento y saber considerar la complejidad de los cambios emocionales.

Regulación emocional: dirigir y manejar de forma eficaz las emociones tanto positivas como negativas.

Estas habilidades están enlazadas de forma que para una adecuada regulación emocional es necesaria una buena comprensión emocional y, a su vez, para una comprensión eficaz requerimos de una apropiada percepción emocional.

No obstante, lo contrario no siempre es cierto. Personas con una gran capacidad de percepción emocional carecen a veces de comprensión y regulación emocional.

Esta habilidad se puede utilizar sobre uno mismo (competencia personal o inteligencia intrapersonal) o sobre los demás (competencia social o inteligencia interpersonal). En este sentido, la IE se diferencia de la inteligencia social y de las habilidades sociales en que incluye emociones internas, privadas, que son importantes para el crecimiento personal y el ajuste emocional.

Por otra parte, los aspectos personal e interpersonal también son bastante independientes y no tienen que darse de forma conjunta. Tenemos personas muy habilidosas en la comprensión y regulación de sus emociones y muy equilibradas emocionalmente, pero con pocos recursos para conectar con los demás. Lo contrario también ocurre, pues hay personas con una gran capacidad empática para comprender a los demás, pero que son muy torpes para gestionar sus emociones, porque sufren de continuos altibajos emocionales. En la Figura 1 se presentan los componentes de la IE con diferentes ejemplos.

¿Por qué y para qué necesitamos de la IE?

La IE es una fuente de salud y felicidad. El porcentaje de personas con problemas de estrés, de ansiedad y trastornos de salud mental es creciente y está relacionado, entre otros factores, con la capacidad emocional de las personas para afrontar inteligentemente esas situaciones emocionales cotidianas que nos ponen al límite de nuestros recursos personales. Cuando un ambiente es muy estresante caben varias posibilidades de afrontamiento de la situación. Una posibilidad que tenemos si somos muy optimistas es pensar que la sociedad actual mejorará en el futuro y será menos frenética y estresante gracias a la intervención del gobierno mediante sus diferentes instituciones y ministerios, y esperar pacientemente a que ese cambio estructural se produzca. Otra posibilidad más activa y para los que no creen en la ciencia ficción es fomentar la Inteligencia Emocional en nosotros, en nuestra familia, en nuestros amigos y en nuestro entorno laboral, creando ese cambio emocional de lo local a lo global, de lo individual hacia lo colectivo.

Obviamente, la Inteligencia Emocional no es la lámpara de Aladino a la que frotándola podemos pedirle cualquier deseo. La Inteligencia Emocional no va a evitar que el grosero de mi jefe continúe siéndolo, que yo viva a más de una hora del trabajo, que discuta con mi pareja o con mis amigos y que mis hijos nunca hagan lo que les digo, pero disminuirá ese desgaste psicológico que amenaza con acabar conmigo y me permitirá volver a disfrutar de mi vida.

(Continues…)


Excerpted from "Desarrolla Tu Inteligencia Emocional"
by .
Copyright © 2004 Pablo Fernández-Berrocal y Natalia Ramos Díaz.
Excerpted by permission of Editorial Kairós.
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Table of Contents

Prólogo,
1. Las emociones,
2. La inteligencia emocional,
3. Atención y percepción de nuestras emociones,
4. Conocimiento de nuestras emociones,
5. Regular nuestras emociones,
6. Percepción emocional interpersonal,
7. Comprender a los demás: empatía,
8. Regular las emociones en los demás,
9. Escribir expresando las emociones,
10. Abuso sexual,
11. Cómo afrontar la muerte de un ser querido,

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